seria isso
um poema
sobre brasília?
seria um poema?
seria brasília?
Nicolas Behr, “Brasilírica”

Un proyecto curatorial comienza siempre como un sueño, una pequeña idea, la idea correcta, puede ser la chispa que prenda la llama, que, si se tiene suerte, y después de mucho trabajo en equipo, se convierta en realidad: en este caso esa realidad es Braxília, proyecto expositivo inédito que reúne por primera vez al poeta Nicolas Behr y al artista visual Gerson Fogaça, con Brasilia, ciudad capital, metáfora política, utopía social, símbolo de identidad cultural y nacionalidad brasilera, como punto de encuentro de sus obras, en un ejercicio de pensamiento crítico que mapea, sobre todo, la realidad brasilera contemporánea.

Por lo general el proceso de gestación del proyecto en sí no resulta tan interesante como el proyecto mismo, y muchas veces no merece siquiera una mención especial, pero este no es el caso. Braxília nace ante todo de un encuentro absolutamente fortuito: Gerson Fogaça es un artista residente en Goiânia, nacido en 1967 en la ciudad de Goiás, Estado de Goiás, Brasil, y Nicolas Behr es un poeta que vive y trabaja en Brasilia, ciudad capital y Distrito Federal del Brasil, nacido en Cuiabá, y pasó su infancia en la ciudad de Diamantino, Estado de Mato Grosso, Brasil. Ambos vivieron su infancia en un entorno rural, Fogaça entre la vieja ciudad de Goiás y Britânia, una pequeña ciudad del interior del Estado de Goiás, a la vera del Lago dos Tigres; y Nicolas, en Diamantino, ciudad de su infancia. Muy jóvenes salieron a vivir y trabajar en grandes ciudades: Nicolas en 1974 llega a Brasilia, y hacia mediados de la década del ochenta, Fogaça deja Britania para estudiar en Goiânia.

A pesar de vivir en ciudades relativamente cercanas Nicolas y Fogaça no habían tenido contacto antes de este proyecto.

Hace unos cinco años, practicamente recién llegada con mi familia a Estados Unidos, se me ocurrió comunicarme con una página de Facebook que promovía eventos organizados por el Departamento de Lengua Portuguesa de la Universidad de Miami y para mi sorpresa alguién del otro lado contestó y en pocos días fui recibida por el profesor Steven Butterman, Doctor en Arte y especialista en Lengua y Cultura Brasilera, al frente del Programa de Lengua Portuguesa de la Facultad de Letras de la Universidad de Miami. Ese día, en nuestro primer encuentro, nació Braxília como proyecto curatorial: yo no conocía la obra poética de Nicolas Behr, a quien Steven había dedicado años de estudio desde su juventud, motivo por el cual viajó y vivió en Brasil durante algún tiempo, y Steven no conocía la obra plástica de Gerson Fogaça, cuya obra visual investigo y acompaño como curadora desde el 2010. Pero fue nuestra brasilidad común, nuestra pasión absoluta por la cultura y el espíritu brasileiro, apesar de nuestros orígenes (Steven Butterman, Quebec, Canadá, 1970; Dayalís González, Villa Clara, Cuba, 1976) y sin dudas la saudade por ese Brasil que habita en nuestra memoria, lo que hizo posible que de un encuentro fortuito naciera un proyecto absolutamente coherente de manera natural desde el principio. Para nuestra sorpresa cuando intercambiamos libros y catálogos de Nicolas y Fogaça sus obras tenían una conexión inmediata: la angustia del artista en las calles de una gran ciudad moderna de Brasil (Brasilia o Goiânia) y también de alguna forma, como contraste, la saudade por aquella tierra de la infancia donde ambos aprendieron de la naturaleza y de la gente, las primeras emociones y los primeros motivos de inspiración.     

saudade é um sentimento de natureza arenosa,

 transportada pelo tempo

na forma de minúsculas lembranças

que vão se acumulando

no fundo da memória,

como areia que vai pro fundo do rio

Nicolas Behr, A lenda do menino lambari, edição do autor, 2012

La historia oficial cuenta que Brasilia nació de un sueño colectivo: el sueño del entonces presidente Juscelino Kubitschek de dar a Brasil una nueva capital, una ciudad planeada con el único objetivo de ser el eje de poder político y económico que diera al abandonado centro y nordeste del país un impulso de industrialización y desarrollo; inspirado en el sueño del sacerdote católico Don Bosco que 77 años antes predijo el lugar exacto donde se construiría la ciudad. El sueño de los arquitectos Lucio Costa, Oscar Niemeyer y del paisajista Roberto Burle Marx, que diseñaron, construyeron y ambientaron respectivamente el Plano Piloto, cuyo trazado en forma de cruz, extendía sus alas norte y sur, posadas como avión, sobre la meseta central del paisaje del Cerrado. El sueño de los candangos, obreros llegados de cada rincón de Brasil, que levantaron piedra a piedra sus edificios, parques y avenidas, en solo tres años, y soñaron habitarla. Brasilia nació de un sueño necesario como símbolo de unidad nacional, una ciudad monumental y futurista enfocada en los ideales de orden y progreso de la república moderna. Inaugurada el 21 de abril de 1960 Brasilia sustituyó desde entonces a Río de Janeiro como ciudad capital y sede del gobierno del Distrito Federal. Pero muy pronto la utopía dejó ver la realidad. La ciudad símbolo, la única Patrimonio de la Humanidad construida en América Latina en el siglo XX, había sido ideada desde dimensiones poco humanistas, basado en los modelos acorde al desarrollo de la industria automotriz, con distancias difíciles de recorrer a pie, y enormes bloques de acero y hormigón que se alzaban majestuosos sobre kilómetros de asfalto. Los candangos, constructores de la ciudad, fueron excluidos inmediatamente a las ciudades satélites y una oleada de funcionarios públicos y dirigentes políticos ocupó las oficinas y las zonas residenciales de la nueva ciudad.      

Nicolas Behr es considerado el más activo representante de una generación de jóvenes de Brasilia, que, en los años 70, se atrevió a cuestionar desde el arte, problemáticas filosóficas y sociológicas que subyacían desde el inicio mismo en que fue concebida la ciudad. A través de la libertad formal y la simplicidad de la vida cotidiana como tema, su obra se enfoca en la ciudad como escenario, en el hombre que la habita y en las complejidades emocionales y las interrelaciones humanas del individuo en su entorno, abriendo una discusión en relación con la mítica Brasilia, la ciudad utópica que nació de un sueño.

Desde entonces Brasilia ha sido el tema más relevante en la obra poética de Nicolas Behr, en contraposición con Diamantino, ciudad de su infancia, siempre en la memoria. La angustia diaria de una existencia, a ratos agónica, con matices de sarcasmo e ironía, nos conducen por una poesía que recorre, a través del intimismo, los ámbitos sociales y políticos de la metáfora que es hasta hoy la ciudad de Brasilia: la burocracia y la incomunicación, la enajenación y la melancolía, la marginalidad y la exclusión social, la distopia entre arquitectura e individuo que la habita, entre el ser humano y la vida modelada entre las estrechas paredes de un pequeño apartamento de una ciudad moderna construida para ser un sueño, los trasiegos políticos que discurren de ministerio en ministerio a través de la explanada, la violencia y el caos que se esconden tras los blancos muros de cemento y las anchas avenidas arboladas, la vida del poeta que intenta desde el arte salvar su alma; son líneas que se cruzan una y otra vez en su poesía, como en la cuz de axis de la gran Brasilia.

La obra visual de Gerson Fogaça por su parte comienza como un apunte, un registro de viaje en torno al paisaje urbano de la ciudad de Goiânia, en la que se siente extranjero desde un inicio, y después de cada una de las ciudades que recorre como viajero, buscando instintivamente la ciudad de sus sueños. Pero poco a poco el dibujo comienza a distorsionarse en fragmentos, en texturas y matices marcadamente expresionistas, y el artista, consciente o inconscientemente aprehende una manera de pintar sus emociones dentro de ese paisaje: una vez más la angustia del individuo moderno que habita una gran ciudad, sus contradicciones existenciales entre la necesidad de ser como individuo social, condicionado por el entorno, y su propia espiritualidad individual.

Si bien su poética maduró muy pronto a este discurso crítico de acento social en torno a temáticas como la violencia urbana, el tráfico, la contaminación y la sobrepoblación de las ciudades, el caos y la deshumanización del individuo dentro del entramado de las grandes ciudades contemporáneas, hace algún tiempo su trabajo ha estado más marcado directamente por los acontecimientos que ha vivido la sociedad brasilera de los últimos años. Su obra más reciente comienza a enfocarse directamente en las problemáticas políticas, sociales y raciales que vive hoy el país. En junio de 2019 una obra suya de tema erótico y crítica social provocó la censura y cancelación de la muestra La sangre en la alguidá: una mirada al realismo sucio latinoamericano, junto al escritor y artista cubano Pedro Juan Gutiérrez, que debió inaugurarse en el Museo de los Correos de Brasilia.

Afortunadamente la exposición abrió al público unos días después en el Museo Nacional de la República, pero este desencuentro con las ideas del Gobierno Federal marcó el inicio de un posicionamiento más cuestionador por parte del artista, en relación con las políticas públicas y los manejos institucionales, y en general, con los derroteros del poder político que por esos días se tornaban más cercanos a los aires de represión fascista vividos durante la dictadura militar en Brasil. Como resultado además del período de aislamiento social e incertidumbre vividos durante la pandemia su pintura se tornó más simbólica y agresiva, grandes planos de color, de trazos duros, donde los negros, los rojos y los blancos dejan asomar a ratos un bestiario de monstruos y demonios que parecen sobrevolar todo el espacio, y que a mí me recuerdan La anunciación, aquel ángel negro de la artista cubana Antonia Eiriz de 1964, que se convirtió en presagio y metáfora de una época contradictoria y apasionada, de expectativas extremas entre el amor y la esperanza, la violencia y el odio. Una obra destaca desde el título Galdino, homenaje al líder indígena Pataxó asesinado en Brasilia por hombres blancos hace veinti cinco años y cuyo crimen quedó prácticamente impune.

Recientemente, el 1ero de enero de 2023, Lula Da Silva recorre la rampa hacia la meseta del palacio presidencial de Planalto para su tercer período de mandato como presidente electo de Brasil. En un acto simbólico un grupo de ocho personas representan la diversidad e inclusión del pueblo brasilero al momento de colocarle la banda: una mujer negra recolectora de materiales reciclables, un niño negro, un influencer con discapacidades físicas, un obrero metalúrgico, un líder indígena reconocido internacionalmente, una mujer cocinera, un artesano y un joven profesor. Lula promete reconstruir Brasil para todos. Brasilia es por esos días un hervidero de esperanzas, pero también de contradicciones que estallan en las calles con una energía de violencia que invade plazas, edificios y monumentos y amenaza con arrasar la ciudad… Brasilia sobrevive.

Es pronto todavía para saber a dónde conducirá el gesto simbólico de Lula: si Brasilia, la ciudad soñada nacida del símbolo de la cruz, la ciudad prometida, la ciudad crucificada, la ciudad que reinventó Brasil, lo seguirá reinventando.

Eventualmente Gerson Fogaça regresará a su casa atelier de Britania frente al Lago dos Tigres, y Nicolas Behr se paseará entre las flores del vivero Pau-Brasília, ese otro sueño que dura ya más de tres décadas y que es un pedacito de su tierra natal hecho realidad en Brasilia; pero siempre volverán a exorcizar sus demonios en las telas y la poesía, esos demonios que la ciudad esconde.

Desde lo alto ya no se distingue aquella primera cruz formada por dos caminos de tierra roja abiertos en la tierra que una vez perteneció a Goiás y que marcaba la frontera para la construcción del heroico proyecto nacional que fue Brasilia, ni tampoco aquella otra cruz de madera sin pulir bajo la que Juscelino Kubitschek pronunció el discurso fundacional de la ciudad. Pero queda la memoria y la saudade por la ciudad soñada, en un país soñado, en un mundo soñado. Y siempre quedarán los ipês amarelos que se pierden en el infinito del paisaje de Brasilia, de Braxília, y del Cerrado todo.        

Dayalís González Perdomo,
Hialeah Gardens, mayo 21 de 2023

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